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Jorge Alberto Gudiño Hernández

06/05/2017 - 9:16 am

El dolor acumulado

Las noticias ya no provienen de sitios lejanos sino que suceden a pocos metros, en ambientes conocidos, con víctimas imposibles.

Es tanto lo que lamento que ni siquiera puedo celebrar la respuesta en las redes sociales. Ojalá sirva de algo pero lo dudo. Es momento de exigir respuestas por otros caminos. Foto: Cuartoscuro

No hay sociedad perfecta, lo sabemos bien. Tampoco existe aquélla donde no sucedan crímenes. Es imposible garantizar la seguridad plena de un grupo de personas. Sobre todo, porque está fuera de todo control la posibilidad de refrenar un arrebato pasional, un impulso homicida o la furia imprevista de alguien que parecía comportarse bien. Así, basta con indagar un poco para descubrir que, incluso en los países cuyas tasas de criminalidad son las más bajas, los asesinatos existen y seguirán sucediendo.

Es sencillo suponer que dentro de esos escenarios el dolor por la muerte de un ser querido se suma a la sorpresa. La noticia infausta llega cuando nadie esperaba su arribo. No en nuestra casa, no en la del vecino ni en la de la ciudad entera. El dolor proviene de la pérdida pero también de la excepción.

Claramente no es nuestro caso. Aquí el crimen se extiende como una mancha indeleble. De tan cotidianas que son las muertes violentas, los homicidios, los asesinatos, los feminicidios y las ejecuciones, vamos borrándolas de los noticieros, vamos permitiendo que se diluyan en un falso anonimato. Quizá sea un mecanismo de defensa que nos permite continuar con la endeble certeza de que hoy no nos tocó a nosotros, que la puerta violentada no fue la que nos resguarda.

Sin embargo, el dolor se acumula. Por un montón de razones. La primera, por supuesto, descansa en las víctimas, en sus deudos. A este ritmo nos convertiremos pronto en una sociedad de dolientes. También, porque las autoridades poco han hecho para resolver los casos. Es probable que no se den abasto, es cierto, dado el creciente número de muertos. También es su culpa. No protegen y no resuelven. La indignación detona, con mucho o con poco pero detona. Una razón más: el cerco se va estrechando.

Las noticias ya no provienen de sitios lejanos sino que suceden a pocos metros, en ambientes conocidos, con víctimas imposibles.

Yo aprendí a manejar en los estacionamientos de la UNAM; estudié un posgrado en sus salones; he llevado varias veces a mis hijos a andar en bicicleta en los días feriados; asistí hace poco a la Fiesta del Libro y de la Rosa; he ido a conciertos, obras de teatro, proyecciones de películas y algunas otras actividades; he sido público en algunos exámenes profesionales y de grado; he moderado alguna mesa. En fin, sin ser un miembro activo de la comunidad universitaria, he ido a CU muchas veces a lo largo de los años. Y la constante era una, inconsciente entonces: siempre me sentí seguro. Más aún, siempre pensé que todos quienes por ahí transitábamos estábamos seguros.

Sobra decir que ya no es así. Quizá hace tiempo que no lo es.

Lamento profundamente el asesinato de Lesby. Tal vez sea imputable a un loco, a un enfermo, a alguien que se dejó llevar por sus más oscuras pasiones. Lo ignoro. Lo lamento porque primero es la muerte y después sus explicaciones.

Lamento, también, el pobre trabajo de la prensa. Hay muchas notas que ni siquiera mencionan lo más importante: que fue asesinada. Así, es imposible que dicha prensa se vuelva el contrapeso que tanto necesitamos en estos tiempos.

Lamento, por supuesto, las acusaciones a la víctima. Como si ser falible fuera una razón para justificar la agresión. El hecho es simple: la mataron y era una persona, una mujer.

Lamento, por último, todo el odio que se sigue acumulando en nuestra sociedad. Odio que, incluso, ha sido propiciado por las autoridades.

Es tanto lo que lamento que ni siquiera puedo celebrar la respuesta en las redes sociales. Ojalá sirva de algo pero lo dudo. Es momento de exigir respuestas por otros caminos. De lo contrario, ese cerco se volverá asfixiante y la próxima puerta que se abra para recibir una mala noticia podría ser una demasiado cercana.

Una cosa más y a modo de pregunta, dado que me es imposible dar con una posible explicación: ¿qué tiene en la cabeza quien le dispara varias veces a un niño de dos años?

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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